viernes, 11 de noviembre de 2016

Impresiones y cometarios a una lectura de Ángel Guinda tras la salida del trabajo

De cómo, volviendo a casa tras una dura jornada de trabajo nocturno, leí, casi sin darme cuenta, La experiencia de la poesía  y terminé con un Nesquick.




Las crónicas son hijas del momento,
la sensaciones e impresiones de hoy
serán muy otras a las de mañana.
(Yo mismo cuando divago)

El veterano poeta aragonés Ángel Guinda presentaba su nueva obra La experiencia de la poesía con Pregunta ediciones,  en esta ocasión un tratado de poética, o, mejor dicho, una recopilación de sus manifiestos poéticos que durante toda su vida ha ido redactando: en total seis. Servidor que es muy amigo de dichas obras pues es en ellas donde se desentraña, a mi entender, de forma más palmaria el espíritu que impele el acto versil del autor, aprovechando que la presentación no quedaba muy lejos del puesto de trabajo, decidí culebrear un poco por allí, y ya de paso saludar a caras conocidas. 

Guinda, como poeta ya curtido, presidió casi en exclusiva el acto, dando buena cuenta de alguna que otra historia que hicieron las delicias del público: unas historias a medio camino entre la anécdota y esa melancolía que solo los que ya han vivido mucho pueden y saben destilar. Adquirí el ejemplar y tras entablar un breve conversación con su autor, pues el trajín de dichas ceremonias no da para más, amén de que el reloj laboral me apremiaba, marché de allí con el librito adaptado, que ni pintado, al bolsillo de mi sobretodo― con la esperanza de ojearlo al día siguiente.

La jornada nocturna en el puesto de trabajo se mostró especialmente afanosa, mucho que hacer y una suerte de imprevistos me dejaron un tanto nervioso; salí además algo más cansado de lo habitual, y con unos minutos de retraso. A este hecho en sí mismo ya fastidioso, se sumó la ‘bella’ secuencia de ver pasar, por delante de mis quevedos, al primer tranvía de la madrugada-mañana. En esos momento, cuando lo que menos deseaba era esperar veinte minutos más al siguiente tranvía, decidí marchar pedestremente: lo mismo iba a tardar ya volviendo en sana y bípeda locomoción a casa, que aguardando a nuevo tranvía. Los cuarenta minutos de trayecto eran inevitables. 

Y he aquí que, casi como un acto lumínico,  al meter mano en el bolsillo recordé que llevaba el ejemplar de Guinda «¡mira qué bien!», pensé; tenía al menos algo con lo que entretenerme por el camino. Emprendí el retorno con la sola intención de ojear la obra, no era consciente, en esos primeros minutos,  que por el camino acabaría devorando fruiciosamente dicho ‘librito’.

Con el libro por una calle cualquiera de Zaragoza


* * *

Ha de saber el lector de esta crónica-anécdota, que el libro está estructurado del presente al pasado, es decir, comienza por una suerte de apuntes poéticos intitulados Arquitextura escritos este 2016, y concluye con el ya propiamente manifiesto Poesía y subversión  de 1978. Por lo curioso de este camino inverso Guinda nos acompaña en un viaje, un túnel en el tiempo, donde visitaremos todos los recovecos de sus ideas, o formas, de entender la poesía. Casi diríase como un Virgilio moderno que nos enseña los anillos de su infierno, purgatorio y cielo. Sobre Arquitextura, subrayo que en ocasiones me recordó a las mínimas de Wilde, con algún que otro guiño a Rimbaud «El poeta es un ciego iluminado».  Esta parte, por su brevedad de mínimas, o máximas, cada cual juzgará, se sienten como si fueran los puños de un boxeador literario que impactaran certeramente en el corazón del lector; así, «Callar la forma con el fondo exacto»,  «La narrativa cuenta, la poesía canta» o «Cuando está de moda la moda, los clásicos son la resistencia», entre otras, me impelieron rápidamente a sacar mi viejo y roído lapicerillo para tomar apuntes y subrayar, avidoso, a mayor sufrimiento de mi vista y recreo del ánimo.  En el siguiente manifiesto Defensa de la dignidad poética de 2014 Guinda viene a arremeter con el “aura mediocritas” predominante en blogs y autoediciones actuales, así como también aborda cierta pérdida del valor de la poesía para entenderla como palabra musical, como estética bella, por culpa de un excesivo y mal entendido prosaísmo y sencillez, que no es sino vulgarización de la lírica moderna. Véanse citas como  «La poesía ha sido invadida, colonizada por la narratividad en la forma […]» o «Se ha extirpado a la poesía  sus cualidades de ser palabra de música, cantar (antes que contar) […]. Arremete, además, el viejo bardo con los talleres de creación poética y concursos, que, como hongos y dudoso rigor, proliferan por toda la geografía hispana, aduciendo para ello «La parcialidad de criterio docente en los primeros» y la «arbitrariedad en el reconocimiento  de méritos para la concesión de los segundos».

En el trayecto, páginas subrayadas de 'Defensa de la dignidad poética'


El tercer manifiesto Poesía violenta (2012) es un brevísimo texto, una sola hoja, donde vemos al tercer y más violento Guinda; donde se exacerba la violencia creativa, al modo vanguardista de destruir para crear algo moderno, casi diríase que topamos ante una suerte de Marinetti cruzado con Jesús Lizano, que, tras haber ingerido ritualísticamente una copa de ajenjo, e  inspirado por el poder vidéntico del ‘hada verde’, se hubiera levantado de su silla y proclamado al mundo… «Demasiada asepsia, condescendencia con la debilidad del pensamiento y del Poder […] demasiados prosetas y pocos poetas», «La mediocridad es violencia […]», La verdad, la palabra, la belleza, la alegría, la emoción, el amor, han de ser violencia […]», pinaculando magistralmente con la máxima «La poesía tiene que ser violenta para contribuir a esa supervivencia».

En el cuarto manifiesto, Poesía útil (1994), me pareció intuir a un Guinda algo desencantado, donde quizá prevalece la insatisfacción hacia la poesía de finales del siglo viejo. «Cansados, aburridos, decepcionados de la España del siglo XX […]» o «No queremos poemas de ensayo, ni poemas lúdicos que camuflan la trampa» Llegado a este punto, mi lectura se vio interrumpida viernes 5.30 a.m., por grupo de tunantes nocharniegos que volvían a sus casas o buscaban nuevas tabernas donde repostar, los cuales lanzaron chiflas al verme leer por la calle. «¡Cada cual a lo suyo!» respondí yo, y volví a meter mis quevedos en el libro mientras creí atisbar alguna que otra chifladura de esas típicas entre la gente ‘peneque’. Volviendo al manifiesto, tras su lectura hallé cierto contrasentido con algunas ideas de los primeros, nada raro si partimos de que Ángel Guinda, como cualquier otro artista, ha vivido una evolución, y lo que podía opinar y defender hace treinta años, o diez , no tiene por qué coincidir con sus ideas del presente: a fin  de cuentas somos fruto de nuestras propias vivencias y del decurso del tiempo.

El quinto manifiesto Y poesía y contracultura: curriculum mortis (1985), en líneas generales, aborda el papel presente y futuro de la poesía «Hoy, asesinada la poesía épica por esa vertiginosa puntualidad de los medios de comunicación, la poesía lírica tiene la urgente necesidad de ser y de expandirse incluso con éxito»; y también el papel del poeta lírico «El poeta lírico será un observador sinceramente testimonial de su vida y un agente del contraespionaje de la enfermedad y de la muerte que el exterior le impone».

Finalmente, el último manifiesto, Poesía y subversión escrito en la década de los setenta, y sobre el cual creo recordar por la presentación, fue redactado cuando militaba en el P.C., parece destilar, en un principio, ese sabor de crítica y ciertas influencias marxistas tan en boga en el momento, aunque va mucho más allá: aspectos tales la política, la experimentación del lenguaje, las multitudes  ―que no las masas como señala―, la burocracia o la censura, no tanto de los organismos o autoridades, que también, sino la autoimpuesta por el propio poeta cohibido en España por décadas de férula franquista, prevalecen y se hallan en el texto.

Páginas de 'Poesía y subversión'


En definitiva Ángel Guinda viene con esta publicación, que tanto se agradece en estos tiempos de poesía sin poética, a aportar parte de aquellas claves que, en su luengo y extremado periplo literario, han servido de tintero sobre el cual cargar su pluma y verter, emborronar, y rubricar sus cientos y cientos de cuartillas en blanco ―algunas ya amarillentas― que hoy forman su obra-acervo literario y espiritual.

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Tras acabar la lectura me percaté de que me hallaba a cinco minutos escasos de casa, no sé si consignar que leí la obra en apenas media hora será bueno o malo para la editorial y sus ventas, pero lo cierto es que la devoré, la viví, y disfruté, y sobre todo hizo olvidarme de la pesadez y cansancio de la jornada laboral padecida. Llegué a casa con en pleno convencimiento de que estaba ante uno de esos libros que se han escrito para leer y releer hasta el hartazgo, pues mucho es lo que guarda para dejarlo reposar despreocupadamente en el anaquel tras una sola y rápida lectura. Satisfecho, me preparé una leche con Nesquick, repasé lo subrayado, y dormí como un lirón. 


Estampa fabulada de cómo dormiría si fuera tal animalito